Cassie Graham corría por las calles mal asfaltadas con la maleta rosa dando tumbos como loca, como si llevara dentro alguna especie de animal que quisiera salir. No llegaba tarde y no tenía porque correr, pero más valía prevenir que curar.
Ella como muy pocas otras corría con dirección al aeropuerto, directa, sabía que jamás podría llegar a estar en la puerta del instituto a y media. Demasiado pronto para peinarse y arreglarse como debía.
El aparcamiento donde su padre la había dejado a su merced, alegando que tenía que llegar pronto a trabajar y no podía ayudarla a encontrar a sus compañeros, comenzaba a ser infinito a ojos de Cassie Graham la cual, miraba de un lado a otro como si así pudiera saber que dirección tomar.
Sacó el móvil de su bolsillo izquierdo y lo abrió sin delicadeza con la mano contraria, buscando a tientas el nombre de su mejor amiga que la estaba esperando con los demás.
Una mano se lo impidió.
Sin preocuparse esa mano le arrebató el control del objetos y lo cerró de nuevo, dándole una sinuosa calada al cigarrillo que tenía en la mano contraria.
Allan Reguant la miró chasqueando la lengua después de haber acariciado con ella sus dientes.
Y a Graham se le heló la sangre en las venas.
Recordó entonces las sabias palabras de su mejor amiga. No dejar que su ex la pusiera nerviosa, y si ocurría, no demostrarlo jamás. Tragó saliva y se bajó las gafas de sol por el puente de la nariz, mirando a Allan. Extendió una mano. Reguant no le devolvió el móvil.
-Están al otro lado.- murmuró con aquella voz profunda y ronca por culpa de la cantidad de nicotina que se metía en el cuerpo. Con aquella voz que provocó que Cassie perdiera el control unos instantes.-Vamos.
Y no dijo nada más. Aunque Cassie no lo necesitó. Sabía lo que podían pensar todos esos compañeros que la estaban esperando en el aeropuerto. Sabía que alguno podía contárselo a Ryan, su actual amor adolescente al cuál hacia muchísimo que no veía y que ni siquiera era capaz de enviarle un mensaje una vez a la semana. Ese avión, ese viaje a la playa con todas sus amigas era la escusa perfecta para no tener que verle los siguientes cinco días y poder pensar.
Tampoco había pensando en Allan Reguant. Y eso que siempre solía dedicarle un sueño cada noche, por mucho que se empeñara en obligar a su subconsciente a no pensar en él.
Reguant cogió su maleta sin poder evitarlo y ella le siguió por todo el aeropuerto. Ya no tenía forma de escaparse, aunque siempre se podía subir a otro avión hacía un lugar desconocido. Los aviones era la única forma de escaparse.
Allan Reguant volvió a darla una calada a su cigarrillo pensando en el viaje, en el avión, en el hotel, en su nueva cama y en quién podía estar en su cama. Sonrió de lado, con el cigarrillo entre los labios y una mirada que no se podía expresar con palabras.