miércoles, 30 de junio de 2010

Es fácil escapar con un avión a mano.



Cassie Graham corría por las calles mal asfaltadas con la maleta rosa dando tumbos como loca, como si llevara dentro alguna especie de animal que quisiera salir. No llegaba tarde y no tenía porque correr, pero más valía prevenir que curar.

Ella como muy pocas otras corría con dirección al aeropuerto, directa, sabía que jamás podría llegar a estar en la puerta del instituto a y media. Demasiado pronto para peinarse y arreglarse como debía.

El aparcamiento donde su padre la había dejado a su merced, alegando que tenía que llegar pronto a trabajar y no podía ayudarla a encontrar a sus compañeros, comenzaba a ser infinito a ojos de Cassie Graham la cual, miraba de un lado a otro como si así pudiera saber que dirección tomar.

Sacó el móvil de su bolsillo izquierdo y lo abrió sin delicadeza con la mano contraria, buscando a tientas el nombre de su mejor amiga que la estaba esperando con los demás.

Una mano se lo impidió.

Sin preocuparse esa mano le arrebató el control del objetos y lo cerró de nuevo, dándole una sinuosa calada al cigarrillo que tenía en la mano contraria.

Allan Reguant la miró chasqueando la lengua después de haber acariciado con ella sus dientes.

Y a Graham se le heló la sangre en las venas.

Recordó entonces las sabias palabras de su mejor amiga. No dejar que su ex la pusiera nerviosa, y si ocurría, no demostrarlo jamás. Tragó saliva y se bajó las gafas de sol por el puente de la nariz, mirando a Allan. Extendió una mano. Reguant no le devolvió el móvil.

-Están al otro lado.- murmuró con aquella voz profunda y ronca por culpa de la cantidad de nicotina que se metía en el cuerpo. Con aquella voz que provocó que Cassie perdiera el control unos instantes.-Vamos.

Y no dijo nada más. Aunque Cassie no lo necesitó. Sabía lo que podían pensar todos esos compañeros que la estaban esperando en el aeropuerto. Sabía que alguno podía contárselo a Ryan, su actual amor adolescente al cuál hacia muchísimo que no veía y que ni siquiera era capaz de enviarle un mensaje una vez a la semana. Ese avión, ese viaje a la playa con todas sus amigas era la escusa perfecta para no tener que verle los siguientes cinco días y poder pensar.

Tampoco había pensando en Allan Reguant. Y eso que siempre solía dedicarle un sueño cada noche, por mucho que se empeñara en obligar a su subconsciente a no pensar en él.

Reguant cogió su maleta sin poder evitarlo y ella le siguió por todo el aeropuerto. Ya no tenía forma de escaparse, aunque siempre se podía subir a otro avión hacía un lugar desconocido. Los aviones era la única forma de escaparse.

Allan Reguant volvió a darla una calada a su cigarrillo pensando en el viaje, en el avión, en el hotel, en su nueva cama y en quién podía estar en su cama. Sonrió de lado, con el cigarrillo entre los labios y una mirada que no se podía expresar con palabras.

lunes, 28 de junio de 2010

Tópico de anuncio de televisión.


Moore no tenía ganas para aquellas tonterías, pero allí estaba, sentada en uno de esos cómodos sillones de color rojo marcados por el cartel de reservado. Con cuidado de no hacer ruido, abrió su bolso de Dolce & Gabanna y sacó de él una bolsa llena de ositos de gominola, regalices y tiburones, comida prohibida en cualquier presentación de un nuevo exitazo. Pero para Mandy Moore la película era un coñazo y su hambre ganaba a las ganas de comportarse como una estrella. Como ocurría siempre.


Andrew J. Smith la cogió de la mano, impidiendola coger sus gominolas sin que él se diera cuenta de ello. Mandy Moore apretó los dientes mirando de nuevo a la pantalla. Si salía con Andrew era solo por el físico, el sexo y la fama. Ella no quería ataduras, solo vivir la vida, y toda vida lleva necesidades fisiológicas determinadas.


Con la mirada en la pantalla, Andrew la miraba sonriendo como un imbécil, algo que comenzaba a molestar a Mandy Moore, la diva que no quería andar sobre el terreno corroído del amor. ¿Andrew J. Smith podría estar enamorándose? Esperaba que no, porque ella misma le había elegido en parte por su aspecto de chico duro, de creído, de ombligo del universo, y o por un insensato que se atrevía a enamorarse en Hollywood.


-He pensando en dar ha conocer nuestro rollo esta noche.-murmuró Smith acercándose al oído de ella.-No entiendo porqué tenemos que esperar.

Mandy Moore sacudió su pelo rubio al negar con la cabeza, mirando detenidamente la pantalla donde en aquél momento comenzaban a descuartizar a un hombre.

-No vale la pena, todo el mundo sabe que estamos juntos.

Se encogió de hombros y Andrew J. Smith frunció los labios.

-A mí me gustaría poder darlo a conocer...como una pareja.

Una risa divertida se escapó entre los labios pintados de rojo de Mandy Moore. Miró a su rollo barra novio detenidamente que parecía sorprendido de su aptitud. Andrew J. Smith se había enamorado de Mandy Moore.

-Tú y yo no somos pareja. Vamos Andrew, solo somos publicidad. Yo impulso tu carrera y tú la mía, somos un objeto de ayuda mutua, como si hubiéramos firmado un contrato sin saberlo. Forzamos sonrisas delante de las cámaras, como cuando estábamos separados, pero ahora juntos. Hacemos alguna película como protagonistas, nos enrollamos de vez en cuando en la playa y tenemos un poco de vida personal entre sábanas.-Mandy Moore volvió la vista a la pantalla, pero sin enterarse de aquella película recién estrenada.-Somos juguetes de Hollywood, para hacer creer a la sociedad decaída que alguna vez podrán ser como nosotros. Una pareja enamorada, guapa, deslumbrante, triunfadora y feliz. Nadie sabia que es lo que se ocultaba tras el cuento de Blancanieves. ¿El amor puede surgir tan rápido? Claro que no, pero Blanca quería convertirse en princesa Disney y lo único que le faltaba era un jodido príncipe. El príncipe, necesitaba una ama de casa con la que dormir caliente y que le cuidara los retoños. Todo es un utensilio de las masas para soñar y pensar que la vida no es una mierda tan grande como nos demuestra día a día los golpes de la realidad.

Andrew J. Smith se formuló mil preguntas en ese instante mientas miraba, apoyado en su sillón color rojo burdeos a Mandy Moore comiendo ositos de gominola en una presentación de gala. Y tras todas esas cuestiones solo una llegó a quedarse allí aquél día. ¿Alguna vez sería Mandy Moore, la diva, la nueva Marilyn Monroe, sería capaz de sentir algo?


viernes, 25 de junio de 2010

• La pluma de un representante que sueña con ser de oro.

Era rubia, de ojos claros de un extraño tono gris verdoso. Su físico era espectacular, el típico físico que toda estrella de Hollywood debería tener. Piernas largas, no palillos andantes, si no bastante anchas, lo suficiente como para sostener ese cuerpo delgado pero curvilíneo, con una mezcla entre la figura elegante de las mujeres inglesas, y la sensual curva de la cadera de toda mujer brasileña.
Claro que, por todo eso y por más, Mandy Moore era una diva.
Kevin Limsworth, el representante, giraba entre sus manos la pluma de color negro que muchas veces había soñado en convertirla a un tono mucho más brillante y vistoso. El color dorado del éxito.
Alzó la mirada para ver a su cliente. Mandy Moore se sentaba sin ningún cuidado sobre el sofá de cuero, con las piernas encima de un reposa brazos, dejando ver a la perfección esas piernas, que tanto a él como a muchos otros, volvían loco a su representante.
Kevin no podía pensar en eso en ese momento. Carraspeó mirando con seriedad a la rubia que le ignoraba mientras jugueteaba con su mechero, hasta que esta decidió hacerle el honor de prestarle su atención.
-¿Cómo me has podido hacer eso?-murmuró el representante, ahogándose con su propia saliva y con ganas de tirarse de los pelos.
-¿El qué?-murmuró ella aburrida.-¿Decirle a ese rapero que era un drogata maltratador y que su novia Beyonce no era una mujer de belleza brasileña si no que estaba gorda delante de unas...cuatro millones de personas o quemarte sin querer el cuero del sillón?-preguntó con total inocencia mientras se mordía el labio inferior.
Limsworth abrió mucho los ojos asustado.
-¿Le dijiste también eso último?-preguntó frotándose con frenesí el pelo.
-No, eso se lo dije en privado, y también le dejé una nota con la dirección y el número de mi gimnasio, por si acaso quería apuntarse.
Y volvió a sonreír. Esa sonrisa que producía millones de premios y de dólares al día.
Mandy había pasado de ser una insolente maleducada una estrella adorada por millones de jóvenes, todo eso, en menos de cuarenta y ocho horas. Pero sus pensamientos y su filosofía no habían cambiado con la fama y allí estaba, dándole vueltas al cigarrillo entre sus dedos, vestida con ese atuendo tan extravagante, sin importarle que todo su muslo quedara al descubierto para la vista de su representante. Total, a Mandy Moore le importaba una mierda ser famosa, lo que pensara su manager y lo que pensara todo ese maldito país de pacotilla.
Clavó su mirada gris verdosa en Kevin Limsworth, su representante, con seriedad.
-Entonces, ¿puedo irme ya?-le pidió después de aguantar durante cinco segundos el mismo silencio.
Kevin asintió, desabrochándose un poco la corbata color lavanda que llevaba aquella noche. Cuando Mandy abrió la puerta, Limsworth golpeó la mesa de madera oscura que formaba su escritorio con esa pluma que jamás sería de oro.
-La tapicería de mi sillón se descontará de tu sueldo, por cierto.-murmuró, alzando la vista de nuevo.
Mandy Moore, la diva, no dijo nada. Cerró la puerta a sus espaldas y se fue, dejando a su representante escuchando como volvían a escaparse el ruido de esos zapatos de tacón de catorce centímetros por los pasillos.
No, esa pluma jamás sería de oro.
Aunque aún conservaba la esperanza de que a Mandy Moore se le encendiera una bombilla.
O conformarse con la plata.

Las seis y media y todas las maletas llenas.



Vega Winsterphon cerró la maleta con toda la fuerza posible, sentándose encima de ella para hacer que esas cremalleras corrieran de una vez. Aún le quedaba peinarse, desayunar, asegurarse de que llevaba todo y recoger aquella habitación. Una habitación que no vería en cinco días, que allí sentada encima de su maleta roja se le hacían especialmente cortos.

A bastantes metros de ella, en otra calle, en otra zona y sobre todo en otro piso, Carey Summer se debatía en una pelea a vida o muerte con su plancha. No tenía tiempo y aquella vez no quería llegar tarde y perder el autobús. Podía escuchar encerrada en el baño, con la pierna sujetando la puerta para que no se abriera, los gritos y golpes de su padre rogandola que dejara de toquetearse el pelo y que saliera del baño de una vez.

A dos pasos de distancia, Seth continuaba durmiendo. Ayer había llegado a las tantas a su casa y quería aprovechar cada segundo de sueño que pudiera conseguir. Los asientos del avión serían demasiado incómodos y no quería pasarse todas las vacaciones como un alma en pena.

Charlie, Marsh y George volvían a casa, con los trajes descolocados, con las corbatas colgando del cuello o atadas a la cabeza y con pasos lentos, sintiéndose mareados y con ganas de vomitar. Pero estaban felices y se notaba con cada paso que daban y la sonrisa que se formaba en su rostro. Marsh miró el reloj, resopló y con un golpe en la espalda de sus compañeros les obligó a ir más rápido. Aquello había sido una noche de borrachera y fiesta, pero ahora tocaba mucho más. Y no podían llegar tarde.

Kenney miró su reloj de muñeca, con el ceño fruncido y un brillo de frustración en la mirada. Las seis y cuarto y aún no había nadie allí. Habían quedado en encontrarse a las seis y media, pero si tenían tantas ganas como él de irse de viaje deberían estar allí ya presentes. Kenney volvió a mirar el reloj en el cuál solo habían pasado veintisiete segundos. Por fin divisó una figura pequeña y delgada que se acercaba, en pantalón corto, camisa de tirantes, maleta y un sombrero grande para el sol. Mercie le sonrió con una dentadura perfecta y él, con su mejor sonrisa, se acercó a ella, saludándola con dos besos en la mejilla y dejando que su mano cayera sobre el final de su cintura. Mercie y Kenney se miraron mutuamente hasta que comenzaron a aparecer los más jóvenes. Iban a ser unos cinco días muy largos.

miércoles, 23 de junio de 2010

Hey, Hey, Ho!

Mirad a donde he llegado. Después de golpear una y otra vez las teclas de esta máquina he decidido llegar hasta aquí y pensandolo bien, no está mal, pero no me gustan las presentaciones y no sé que decir. Me llamo Laura y soy de Madrid, aunque me gusta que me llamen April y ser de Cabo Norte, Noruega.
He abierto este blog, no lo sé xD Creo que para ver si tego el valor para promocionarme o algo así e ir colgando aunque sean chorradas de las mias basadas en las historias o avisos. He intentado varias veces subir mis historias a alguna página, pero al final me da tanto miedo que acabo sin subirlas. Lo que no sé si es mejor o peor. Pero en fín. Actualmente tengo millones de historias que escribir, pero solo tres que tienen toda mi atención. Knives and Pens, Dear Summer y Power, aunque ninguna va demasiado adelantada. Me tiro mi tiempo escribiendo y borrandolo todo. Pero ya tirará para delante.
Y creo que eso es todo, no quiero hacer mi primera entrada kilométrica.