Vega Winsterphon cerró la maleta con toda la fuerza posible, sentándose encima de ella para hacer que esas cremalleras corrieran de una vez. Aún le quedaba peinarse, desayunar, asegurarse de que llevaba todo y recoger aquella habitación. Una habitación que no vería en cinco días, que allí sentada encima de su maleta roja se le hacían especialmente cortos.
A bastantes metros de ella, en otra calle, en otra zona y sobre todo en otro piso, Carey Summer se debatía en una pelea a vida o muerte con su plancha. No tenía tiempo y aquella vez no quería llegar tarde y perder el autobús. Podía escuchar encerrada en el baño, con la pierna sujetando la puerta para que no se abriera, los gritos y golpes de su padre rogandola que dejara de toquetearse el pelo y que saliera del baño de una vez.
A dos pasos de distancia, Seth continuaba durmiendo. Ayer había llegado a las tantas a su casa y quería aprovechar cada segundo de sueño que pudiera conseguir. Los asientos del avión serían demasiado incómodos y no quería pasarse todas las vacaciones como un alma en pena.
Charlie, Marsh y George volvían a casa, con los trajes descolocados, con las corbatas colgando del cuello o atadas a la cabeza y con pasos lentos, sintiéndose mareados y con ganas de vomitar. Pero estaban felices y se notaba con cada paso que daban y la sonrisa que se formaba en su rostro. Marsh miró el reloj, resopló y con un golpe en la espalda de sus compañeros les obligó a ir más rápido. Aquello había sido una noche de borrachera y fiesta, pero ahora tocaba mucho más. Y no podían llegar tarde.
Kenney miró su reloj de muñeca, con el ceño fruncido y un brillo de frustración en la mirada. Las seis y cuarto y aún no había nadie allí. Habían quedado en encontrarse a las seis y media, pero si tenían tantas ganas como él de irse de viaje deberían estar allí ya presentes. Kenney volvió a mirar el reloj en el cuál solo habían pasado veintisiete segundos. Por fin divisó una figura pequeña y delgada que se acercaba, en pantalón corto, camisa de tirantes, maleta y un sombrero grande para el sol. Mercie le sonrió con una dentadura perfecta y él, con su mejor sonrisa, se acercó a ella, saludándola con dos besos en la mejilla y dejando que su mano cayera sobre el final de su cintura. Mercie y Kenney se miraron mutuamente hasta que comenzaron a aparecer los más jóvenes. Iban a ser unos cinco días muy largos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario