sábado, 17 de julio de 2010

No te acostumbres...



April miró la mano de Trent descansando sobre su hombro. Podía sentir su respiración en la nuca y era lo bastante irregular como para saber que no estaba dormido. Su cercanía le provocó sentimientos diversos y apretó los dientes sobre el labio inferior con peligro de hacerse sangrar. No quería separarse de él, pero tampoco debía estar con Trent. No pegaban. Era como intentar unir a un caballito de mar con un tiburón. Y en ese momento, después de la noche anterior no estaba tan seguro de si el tiburón era él o ella.

Alzó la mirada para ver el perfecto rostro de Trent Garan de perfil. Aunque las primeras veces le había gustado engañarse a si misma, obligandose a verle horrible. ¿Cómo podía haberse mentido a si misma? Suspiró y se apartó el brazo de Trent que apartó la mirada de la película de vaqueros que estaban echando en la Fox.

-¿Qué ocurre?

Sonaba tan preocupado que a April se le revolvieron las tripas. No quería que él se preocupara por ella. Quería que la tratara mal, como un trapo. Incluso si solo hubiera sido un polvo de una noche, hubiera sido mucho mejor. No tendría que soportar sentirse egoista, por tener aquellos billetes escondidos debajo de la mesilla de noche. No podía quedarse allí, en Los Ángeles. Ahora que lo sabía todo...no podía quedarse.

-¿Te puedo pedir una cosa?-preguntó, apretando los puños sobre las piernas desnudas. Apoyó los talones sobre el suelo de ceramica frio, para mantener la mente a la misma temperatura.

-Si, dime.

Escuchó como apartaba las sábanas para acercarse a ella, pero April se levantó antes de eso y de espaldas aún en la cama, se miró al espejo, donde podía ver como Trent dibujaba una expresión de incertidumbre en su calculador rostro. Aunque ahora no le parecía tan calculador.

-No te acostumbres a mí.

-¿Cómo?

-Que no te acostumbres a mí. Ni a mi risa, ni a mi hiperactividad matutina, ni a mis sonrisas en esos momentos, ni a mis besos, ni a mi olor. Ni te acostumbres a como te miro o te dejo de mirar, no te acostumbres a mi rostro cuando te ries de mí. No te acostumbres a como me enfado cuando dices algo que no me gusta, ni como suspiro cuando me pides perdón. Ni te acostumbres a mis lagrimas, ni a mi rabia, ni a reirte de las cosas que digo. No te acostumbres a mí...en serio.

Aquellas últimas palabras sonaron como un suspiro. Su garganta se cerraba más y más con cada movimiento de labios de Trent, que miraba al espejo incredulo. April Long estaba a punto de darse la vuelta y volver a caer en sus brazos, pidiendole perdón. Tuvo que ganar fuerzas de su alrededor para no hacerlo. Los billetes de avión fueron lo primero que se dibujaron en su mente, después de que el rostro de su abuelo apareciera ante sus ojos ahora cerrados.

-¿Y eso a qué viene?-preguntó frunciendo los labios.

-A nada, simplemente, algún día, quizás mañana, pasado o dentro de algún tiempo, me cansaré, me iré y echarás de menos aquellas cosas a las que te acostumbrastes...y ahí te darás cuenta de que no voy a volver.

-¿Eso es todo?-preguntó Garan con voz ronca, enfadado. Quizás fuera la primera vez que le utilizaban. Por lo menos April estaba segura de que era la primera vez que le utilizaban falsamente.

La rubia asintió, apartando la mirada del espejo, porque no podía mantenersela directamente, pero tampoco a partir de esa superficie reflectante.

Trent Garan se levantó de la cama, se vistió con su camisa, sus pantalones chinos y su corbata de seda. Los zapatos fueron la última cosa que encontró debajo de la cama. Durante todo ese tiempo, April se mantuvo en silencio, mirando a la pared, cubierta simplemente por su ropa interior.

La puerta se cerró y la rubia se derrumbó.

Todo lo que había dicho a Trent, a pesar de no ser lo que sentía, podría haber sido cierto. Era cierto, porque April Long, sin quererlo, se había acostumbrado al ególatra y creido Trent Garan.

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