Pero la tercera clase fue la peor de todas, especialmente inaguantable. La profesora no dejó de hablar en toda la hora, paseándose por el frente de la clase y golpeando con los dedos las pastas duras de su libro de texto. Laura se recostaba sobre su brazo y hacía dibujos en la primera hoja en blanco de su cuaderno. Clara, en dos asientos más alejada, bostezaba y miraba por la ventana para entretenerse. Andrea, sin disimulo alguno, hablaba con la chica que tenía detrás. Y Cristina se arreglaba el pelo mirándose en el espejo de su estuche. Ella apoya la barbilla sobre la palma de la mano y mira a la profesora con una sonrisa divertida.
Eso momento le recuerda a algo. Cuando todos estaban tirados encima de la mesa sin disimular interés. Un montón de cabezas agachadas que ignoraban al profesor que no dejaba de hablar y que solo se levantaban cuando este se comenzaba a dar cuenta de la falta de interés.
Un golpe en la mesa corta el rumbo de sus pensamientos de golpe y se envara de un bote sobre la silla. Todo los demás la imitan, algunos más asustados que otros. Unos se frotan los ojos como si se hubieran levantado de una siesta y otros hacen una mueca ante los ojos de la profesora que parece tener un especial interés en que todos atiendan desde el principio y dejen de hacer el tonto. Que es el último curso, y todo eso va en serio.
Vuelve a la lectura de su libro de texto mientras Vane sonríe y vuelve a apoyarse de la misma forma sobre la palma de su mano, dando toquecitos con el lápiz sobre la mesa a la vez que el segundero va moviéndose a través del reloj.
Cuando suena la alarma, la profesora se queda con la boca abierta, sorprendida de que el recreo llegue tan rápido. Para muchos de los alumnos, el recreo a llegado demasiado despacio después de tener que soportar aquella clase.
Dentro de un murmullo que va creciendo poco a poco hasta convertirse en un griterío general todos cogen sus bocatas y su merienda. Otro, en cambio, sacan su monedero y se lo meten en el bolsillo saliendo a toda prisa hacía el McDonallds que está a pocos pasos de su instituto. Una cara conocida se asoma por el hueco de la puerta llamándolas, haciendo aspavientos con las manos. Sergio quiere ir, como todos los días, a por su McFlurry matutino y si puede, a por su CBO. Laura, Vane, Andrea y Cristina ya están a su lado para salir al restaurante de comida rápida antes de que a Sergio le de un ataque o se enfade. No quiere que le quiten su sitio. Más bien el sitio de todas. Un cuadrado de piedra en medio del patio, donde todos los días se sientan y lo convierten en su centro de operaciones para quejarse de los nuevos compañeros, profesores y el instituto en general. Están echos unos malditos cotillas. Además, tienen que hablar del verano.
Al rato, un par de pasos y ya están allí en su McDonalls que aunque se quejen de ir siempre al mismo lado, ninguno da a elegir un sitio nuevo. Porque a pesar de tener a los trabajadores más infelices y bordes, a pesar de que es un restaurante con comida no demasiado segura, y que nunca hacen nada, ni compran nada, es su sitio y su restaurante. Y no es plan de cambiarlo ahora.
Me gusta, sé... Cómo me gustaría que algún amigo mío me hiciese un regalo así. ¿Por qué tenía que ser yo la única puta escritora de toda la pandilla? >___>
ResponderEliminarLo dicho; me encanta la narración, las expresiones, la descripción y todo lo que se pueda explicar aquí. Solo pongo una pega; no sales tú, y francamente, no sé por qué xD