Vane no era la típica chica, pero si tenía una típica vida.
Y eso, ella, soñadora de una vida llena de adrenalina, lo odiaba.
No era divertido levantarse cada día a las siete de la mañana, coger un autobús y esperar media hora sentada allí, en un incomodo asiento de plástico, con el movimiento del motor debajo de ella y la música puesta a todo volumen. Bueno, eso si era algo bueno. La música, las notas, el ritmo ondulante llegando hasta sus oídos. La espera. La espera de que ese mundo la habrá las puertas.
Resopla, apoyada contra el cristal y se aleja. Ve el vidrio empañado y con uno de sus dedos, dibuja sobre el vaho, dos círculos y una línea curvada hacía abajo. Un rostro simple y triste que define en ese momento como se sentía.
Se levanta de su asiento y baja los escalones del autobús. El conductor le dedica una sonrisa que ella devuelve sin ganas, por ser cortés.
Allí volvía de nuevo, después de unas largas vacaciones, volvía al mismo edificio del cuál de había despedido el Junio pasado. Si hubiese estado en una película americana aquello hubiera sido un día grandioso. El nuevo día de curso. Para atreverse a destacar, para hacerse popular, encontrar al chico guapo, de boca tierna y ojos atrevidos que dejará a todas las chicas locas a sus pies por ella.
Que pena que aquello no fuera una película.
Terminar. Eso era lo que quería. Terminar esos dos cursos y empezar un nuevo camino, estudiando, si, pero lo que le gusta. Y ante eso, no quiere esperar.
Entra corriendo y sube las escaleras de la misma forma, golpeándose el final de la espalda con los pocos libros que ha llevado hoy, solo, para rellenar la mochila. Vuelve a llegar tarde, y eso que se prometió no empezar el curso con mal pie. Allí es donde acaban todas sus promesas, prometidas por mero aburrimiento ante las rutinas. Destruidas, olvidadas, flotando en los recuerdos de algo que no ha podido pasar. Porque es inevitable que llegue tarde. Es algo que está dentro de ella. Jamás a llegado pronto o puntual a cualquier sitio. Y eso es lo que destaca. Sonríe cuando la llaman impuntual, a pesar de que es un defecto, es SU defecto. ¿Y a qué todos la reconocen por ello?
Con los pulmones llenándose de aire a marchas forzadas, se frena en el pasillo lleno de gente, esperando a que uno de sus antiguos profesores, de pelo cano y ya desaparecido, y una barba de más de tres días les abra la puerta.
Un par de manos se alzan.
Ella se acerca, con la mano en la cadera, apretando con fuerza donde se encuentran supuestamente los pulmones y hace una mueca, cuando el aire al entrar, le produce un pinchazo. ¿A quién se le ocurrió la idea de poner tantas escaleras?
Después, un montón de abrazos, manos y sonrisas, carcajadas y lloriqueos, que se juntan y se unen, formando una bienvenida. O un intento claro de ella. Vane sonríe a todos los que están allí. Algunos los conoce desde hace mucho. Trece años casi. A otros de menos tiempo, pero eso da igual. Esas personas ya están en su mente, y en su corazón, en su interior y aunque les conozca de un misero año puede llegar a decir que les quiere. Y se enorgullece de ser saludada por todos y cada uno de ellos.
Por fin la puerta se abre con un chasquido y un suspiro del profesor, que está aliviado por no tener que llamar al director y explicarle lo que ha ocurrido. Los chicos ni siquiera se han dado cuenta de que su profesor no era capaz de abrir la puerta. Estaban demasiado ocupados poniéndose nerviosos por volverse a reencontrar después de tanto tiempo.
Vane le observa alejarse, llave y maletín en mano, hasta la sala contigua, después de amenazar a algunos de delante que si no estén sentados en cuanto él llegue serán castigados con los primeros avisos del curso. Por supuesto ninguno de ellos le hace caso mientras se pelean por sentarse al lado de su mejor amigo, su compañero de bromas, su vecino, o su novio.
Unos pasos adelante ve como una cabeza se alza por encima de todas las demás buscando algo o a alguien. Lo que no es muy difícil teniendo en cuenta que Laura, saca por lo menos media cabeza a casi todas las chicas que están en aquella clase. Excepto a Andrea. A ella, es imposible superarla.
Tímidamente señala la silla contigua y Vane sonríe acercándose, con su mochila colgada de un solo hombro botándola en la espalda. Laura orgullosa se arregla el pelo negro con un movimiento nervioso.
Es un buen sitio. No se han alejado demasiado del profesor, escucharan bien. Tampoco están muy cerca, y podrán de vez en cuando hablar en voz baja para evitar el aburrimiento. Podrán contarse cotilleos de última hora. Noticias. Chistes para reírse en medio de una explicación y no tener que dormirse. Miradas y tonterías cómplices. Un perfecto sitio.
Vane se apoya sobre la palma de su mano y recuerda brevemente lo que era su sitio. El que era el sitio de todos. Porque a pesar de haber pasado allí un año antes nunca han podido olvidar de dónde vienen. Las paredes que les han protegido y a la vez les han echo tanto daño. Los comentarios, los líos, las peleas. Ahoga una carcajada y mira como se acerca su nuevo tutor ya sentada mientras que a sus espaldas todos vuelven a su sitio corriendo, haciendo ruido y bromeando aún. Todos exclaman un “Hola, profesor Eduardo” educado. Una carcajada se escucha desde lejos al oír la cantinela con la cuál han saludado a su profesor. Este arruga el ceño pero sonríe. Es el primer día de curso. Y el último curso para muchos.
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